Recuerdo que tenía 7 u 8 años, y mi ilusión por la carpintería era notoria. Me gustaba los martillos, “las tachas” (clavos), los serruchos, la madera, el serrín, el olor a madera.

Muy pronto, unos afortunados Reyes Magos me trajeron un conjunto de serrucho, martillo, alicate y tenaza. Aún conservo dos piezas. Y había que buscarle un lugar, un sitio donde estuvieran a cubierto de las lluvias de mi azotea, y, además, un cierre para que “nadie las utilizara”.

MiTallercitodeArtesanía, Yiyo Dorta, YD Artesano

Fueron varias las opciones que fui pensando, pero ninguna me parecía la perfecta para mis piezas de herramienta. Con el tiempo que había pasado desde los Reyes, también necesitaba espacio para mis clavos, mis tablitas, mis chapas marinas recogidas en los desperdicios y basureros de las carpinterías de la zona, o de los bidones de la basura que depositaban por las noches para recogida del servicio municipal.

También ya poseía una sierra de marquetería, comprada por 60 pesetas en la ferretería de Don Lorenzo, hoy TODOKASA, unos pelos de sierra del «0», y tuve la suerte que el dependiente de entonces, Antonio, me regaló la funda azul donde a él le llegaban en grandes cantidades (también forma parte de mi aguar artesano). Se sumaban a este grupo de elementos, unas varillas y tablas cedidas por Antonio Barreda, mi vecino carpintero al que debo todo lo que sé.

MiTallercitodeArtesanía, Yiyo Dorta, YD Artesano

Y llegó el lugar. Un banco canario, un banquito que tenía mi padre para hacer sus cosas. Se iba a convertir en mi primer banco de carpintero. Y me di cuenta que los bancos de Antonio y otros carpinteros tenían puertas o baúles con las herramientas personales de cada uno. Así que le puse unas maderas en la parte trasera que se convirtió en mi cuadro de herramientas en zona interior del banquito.

Además, le puse una puerta en el frente con un pequeño candado, que ahora confieso que era puramente persuasivo porque cogido con dos pequeñas alcayatas no ofrecía resistencia alguna si alguien quería abrirlo.

Y así nació mi primer y pequeño banco de carpintero. Falleció víctima de la carcoma hace unos años. Hoy tengo 5 bancos y de varias dimensiones y cada uno con una  historia que daría para muchos blogs.  

Pero mi blog de hoy nace a raíz de un día de taller con mi hija, ella se fijó en uno de esos banquitos que me acompañan cada día, más modernos, y que al verlos me dijo si le hacia uno para su novio.

Creo que no tardé más de medio segundo en contestar, y otro medio en imaginármelo y unas horas en diseñarlo e ir a por las maderas.

Era como volver 45 años atrás y ahora hacer todo el banquito. Me puse manos a la obra y este es el primer resultado. El banco de FR, el banquito de FO, el banco de YD.

MiTallercitodeArtesanía, Yiyo Dorta, YD Artesano

En el taller tengo otro en elaboración con el diseño de YD Artesano.

Un artesano no para de crear, de soñar. Y pequeñas ilusiones forman el proyecto más grande y la fe en lo que haces. La idea de hacer ese banquito me tuvo muchos días viviendo la infancia, esos días de lluvia escondido tras una manta en la azotea de mi casa cortando pequeñas tablas, haciendo letras de madera con las tablas que aprovechaba de las cajas de madera que tiraban las ventas y que venían con la fruta.

Son días maravillosos, días divinos y llenos de magia, de dulzura y de ilusión.

La artesanía y el artesano en estado puro.

Mi tallercito está lleno de fotos, de dibujos, de proyectos, de ideas, de entusiasmo, de ganas, de vida, pero a veces estos pequeños detalles, esta pequeña chispa genera el mayor de los incendios de creación, disfrute, alegría, felicidad, ilusión.

Y para los que conocen parte de esta historia este final les hará sonreír: “y ese banquito navegó

MiTallercitodeArtesanía, Yiyo Dorta, YD Artesano